Asociación Venezolana de Ciencia Ficción y Fantasía
La Caverna
por Miguel Ángel González
El corredor, aparentemente eterno, ni siquiera proporcionaba una referencia que le diera la impresion de estar avanzando. A cada paso se preguntaba si, de alguna forma, no estaría caminando en círculos, pero no había vuelto a ver la entrada que lo condujo a aquel camino.
La única iluminación se la daba la Linterna Antigua que le había regalado su Maestro, previendo una emergencia como ésta. Claro que ninguno de los dos se hubiera imaginado que cuando se perdiera ocurriría huyendo del viejo Mago. La Linterna brillaba más intensamente, y comenzaba a adquirir un color verdoso, lo que según su Maestro le había enseñado, significaba que se acercaba al portador de la otra Linterna.
Se pregunto que le diría al viejo Doblert al volverlo a ver. Había sido una estupidez huir así, un acto de cobardía. Claro que le había tomado lo que el creía que sería una semana perdido en las cuevas el darse cuenta. Afortunadamente, su Maestro también le había proveído de raciones de emergencia... no entendía por que cada vez que parecía acercarse al Maestro el camino lo obligaba a alejarse nuevamente.
"Un segundo de pánico te llevará más lejos que mil horas de razonamiento" solía decir su padre al escuchar a su hijo preguntar sobre los Antiguos.
En este caso habia sido completamente cierto.
¿Por qué se había aterrorizado de esa forma? Había reaccionado como un niño... se suponía que ya había dejado atrás muchas supersticiones. Había entrado a las Ciudades Antiguas donde sólo los Magos se atrevían a acercarse, había manejado objetos mágicos bajo la supervisión de su Maestro, y ya había manifestado públicamente su apoyo a las ideas de su Maestro en contra de los Magos del Templo de Lendor... las cosas que él mismo había dicho con su propia boca, las que había pensado por si mismo, no sólo aquellas enseñadas por el viejo Mago, bastarían para condenarlo a muerte de no ser el aprendiz del mismo. Tocar los restos de un Señor Antiguo era sólo otro paso...
Pero su Maestro lo había creído más fuerte, más hábil. Sólo ahora había podido digerir lo que le demostró su Maestro desde que comenzara a enseñarle sobre los Señores Antiguos: que no eran dioses inmortales. Habían sido Magos de gran poder y talento, seres muy superiores a nosotros, pero básicamente sólo habían sido seres diferentes con sus propias vidas, intereses, debilidades... y muertes. Después de todo, sólo entonces podria pretender descubrir sus secretos.
El camino comenzó a estrecharse... pero la luz se hacía más brillante. Apuró el paso esperando encontrar una salida que le condujera a su Maestro, quien probablemente lo estaría esperando. Cuando le permitió entrar por primera vez en la Ciudad, habían acordado que el mejor sistema en caso de que alguno se perdiera sería que él mismo buscara al Maestro el primer día mientras éste esperaba en un lugar fijo, el segundo día debería esperar él y descansar mientras el Maestro lo buscaba, y así alternarían.
Trataba de mantener alejada de su mente la idea de que su Maestro lo hubiera abandonado a su suerte... pero a veces no podía evitar el temor de que no hubiera manejado correctamente la Linterna y estuviera cazando fantasmas.
De pronto, se dió cuenta que la luz habia cambiado de color. Sin percatarlo había perdido la tonalidad verdosa y ahora era luz blanca. Sus temores aumentaron; su Maestro nunca había mencionado otra luz que no fuera el tono verde normal. No podía volver atrás, y a medida que seguía adelante veía como la luz continuaba cambiando de color. Fue adquiriendo un tono amarillento cada vez más fuerte, hasta que se fue transformando en una luz de un fuerte color anaranjado.
No sabía que hacer. Ya se daba por perdido. No comprendía la Linterna y ésta parecía haberse dañado, o si no estaba tratando de decir algo que era incapaz de descifrar. ¿Qué significaba el cambio? ¿Una advertencia? ¿Peligro? ¿Se estaba alejando demasiado? ¿Estaba perdido completamente? ¿Se había dañado el objeto? ¿Algún animal estaría por atacarlo? Se esforzó por rechazar la idea de una maldición de los Antiguos o algún espíritu que habitara la Ciudad... no era el momento de volver a caer en el pánico, mucho menos con los resultados que tuvo la última vez. El terror era inevitable, pero esta vez lo pudo controlar. La mayor causa de desesperación era que, sin importar lo que significara el cambio de colores, era obvio que no se estaba acercando más a su Maestro.
El viejo Tlamock ya se estaba atemorizando, y en un Mago de su experiencia no era fácil de conseguir.
Cuando fue a buscar a Nackenor al segundo día de su desaparición, se dió cuenta que seria mas difícil de lo que esperaba. En su huída, Nackenor se había adentrado a ciegas en una región que el Mago nunca le había mostrado... de hecho, era una region prácticamente inexplorada ya que ni él ni su antecesor habían encontrado ningún artefacto en la zona y había lugares inmensamente ricos en artefactos antiguos en el resto de la Ciudad, lo que convertía la exploración de esa zona en un desperdicio de tiempo y energía; de hecho la falta de puntos de referencia y lo difícil que se hacía cualquier intento de exploración habían convencido a Tlamock de que era una zona completamente deshabitada y ajena a la Ciudad en si.
La falta de experiencia de Nackenor con la Linterna y otros instrumentos antiguos de mayor utilidad haría imposible que encontrara el camino de vuelta así que decidió ignorar el sistema que había propuesto a su discípulo e intentar interceptarlo lo antes posible. Pero las cuevas habían probado ser mas complejas de lo que esperaba y ya llevaba varias semanas buscándolo.
Varias veces se habían encontrado muy próximos, con sólo un muro de roca de por medio, pero infaliblemente el camino se desviaba y conducía a algún laberinto irresoluble. Comenzaba a temer por las raciones de alimentos que durarían a lo sumo otra semana para Nackenor, aunque el muchacho había demostrado un talento natural para limitar sus raciones en viajes largos.
La Linterna comenzó a brillar con el tono verdoso que indicaba que se acercaba nuevamente a su discípulo. Intentó no aferrarse demasiado a la esperanza de encontrarlo de una vez, pero se encontró preguntándose por vez primera desde que comenzara la búsqueda si el muchacho habría recapacitado sobre sus acciones o todavía seguía aterrorizado y pretendía huir de su Maestro. Pero relegó la pregunta para un momento más apropiado, igualmente al encontrarlo tendría tiempo suficiente de convencerlo para que se quedara.
De pronto vió que la luz parapadeó un par de veces. Era la señal de que el portador de la otra Linterna enviaba un mensaje, pero no era lógico... Nackenor no tenía la más mínima idea de como utilizar la Linterna Antigua para eso y no tenía sentido que lo descubriera sin al menos algo de adiestramiento avanzado en el uso de la magia de los Antiguos. Tomó la Linterna en sus dos manos y la observó fijamente mientras presionaba suavemente sus dedos sobre las inscripciones, acercando la luz a uno de sus ojos...
Vió un pasadizo en las cuevas, estrecho y oscuro, pero iluminado por una Linterna. Las paredes eran extraordinariamente lisas, y no había bifurcaciones del camino. El pasadizo se movía... estaba viendo a través de la Linterna de Nackenor, y éste estaba caminando, pero de pronto se detuvo. La luz proveniente de la Linterna que iluminaba la cueva cambió gradualmente de un color blanco (que indicaba que estaba transmitiendo) a un color rojo. Pudo ver el rostro, al principio extrañado, luego aterrorizado, de su discípulo al examinar la Linterna. Obviamente no sabía lo que pasaba, y no era él el que había provocado la transmisión y por tanto el cambio de colores.
Esto dió nuevas esperanzas al Mago. La Linterna había reaccionado ante un núcleo importante de la Ciudad Antigua, y había adoptado el color característico de los mismos. El rojo intenso indicaba que no era un núcleo grande, sino un pequeño núcleo de gran importancia. En las zonas rojas habían encontrado los artefactos más complejos e intrincados, era muy raro encontrar más de unas pocas, incluso en una Ciudad tan grande como ésta; las zonas amarillas eran las más comunes, y las azules eran las preferidas de los Magos al ser bastante fáciles de conseguir y encontrar muchas piedras de memoria y otros artefactos útiles.
Al acercarse a una Zona Roja, la Linterna transmitió automáticamente al portador de la otra Linterna vinculada... las opiniones al respecto eran muy variadas, pero la generalizada era que se trataba de una advertencia de los Antiguos a no acercarse a las mismas.
Tlamock espero a ver el movimiento de su discípulo... pero se mantuvo inmóvil. De pronto la transmisión terminó, y el Mago pudo ver su Linterna que brillaba intensamente con un color verde. Su Linterna no había cambiado, así que no estaba lo suficientemente cerca del núcleo. Siguió la señal de la Linterna hasta el lugar que consideraba más cercano a su discípulo, nuevamente con una pared de roca bloqueando el camino. Pidió a la Linterna de Nackenor una nueva transmisión presionando unas inscripciones diferentes y repitiendo el mismo proceso, y pudo ver que Nackenor permanecia inmóvil. De hecho, el movimiento de la Linterna indicaba que, indudablemente, estaba temblando.
-¡SIGUE LA LUZ ROJA! -gritó- ¡CORRE HACIA LA ZONA ROJA! ¡NACKENOR! ¡SIGUE LA LUZ ROJA! ¡SIGUE LA LINTERNA!
Los gritos hicieron que Nackenor, literalmente, brincara del susto. El eco producido por los túneles de roca a través de las cuevas hacían que la voz pareciera venir de todas partes, tanto de ambos lados del túnel en el que se encontraba como del otro lado de las paredes. Sin embargo, algo era seguro, aquella voz era de su Maestro.
A pesar de sus temores, el Maestro no lo había abandonado. Además, ahora sabía que hacer. Seguiría la Linterna, buscando la luz roja. Aún estaba aterrado, pero confiaba en el consejo de su Maestro.
Pronto, esa misma mezcla de terror y esperanza, de miedo y entusiasmo, hizo que sin darse cuenta atravesara rápidamente el túnel corriendo a toda velocidad.
Sin preámbulos, se encontró jadeando a la entrada de una gran sala. Era exactamente eso, un enorme salón en todo el sentido de la palabra. No se trataba de ruinas como había visto hasta ahora, sino de una habitación de grandes dimensiones, de paredes completamente lisas que se compararían más con el metal de un arma pulida que con las toscas paredes de piedra o madera de algún palacio.
Allí se quedó, parado en medio de una de las entradas, admirando el lugar en una fascinación muy comprensible para alguien con ideas, sueños y aspiraciones como los suyos. Porque allí estaba, sin duda alguna, su primera imagen tangible de lo que fuera una Ciudad Antigua.
"Llamar a los Señores Antiguos dioses o espiritus es subestimar tanto su capacidad intelectual como la nuestra" - Tlamock
(6-10-1996)