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Crónicas de Oxerai VIII

 

por William Trabacilo

 

Comenzó para Sacqo Leb Terba una etapa furtiva. Decidió prescindir de su verdadero nombre, y se dedicó a viajar por el archipiélago buscando respuestas. Se presentaba ya como historiador, ya como curandero, mercader, adivino o maestro. Sus característicos ropajes de Mago, un tanto ostentosos, fueron sustituidos por una indumentaria más humilde, a la par que más cómoda.

 

Pero a pesar de ello, Leb hubiera podido ser fácilmente reconocido, de no ser por algunos cambios notables en su aspecto físico: primero, su cabello, ahora largo, se había vuelto cano a una velocidad asombrosa. Por otra parte, su andar rápido y orgulloso, propio de un Mago hijo de Magos, que no había conocido privaciones, ahora era más calmo y humilde. De todos modos, fuera de Era Darmania, muy pocos pobladores conocían personalmente al Gran Mago de Oxerai, dado por muerto.

 

Pocas noticias recibió Leb del mundo al que había renunciado: las más trascendentes: Sine Lortad se había erigido en Mago de Oxerai, cosa que no le sorprendió; pero tal cargo sería en calidad interina, ya que Qircen Klit había traído al mundo un hijo, concebido antes de su marcha. Se nombró Are Irbon Terba, para todos hijo del malogrado Mago, aunque Leb estaba seguro de que era hijo de Lortad. Are asumiría como Mago llegado el momento, por lo que Sine sería su tutor.

 

Leb continuó su búsqueda, tratando de encontrar algún dato que le iluminara el entendimiento. Oía las recomendaciones más descabelladas por parte de curanderos y adivinos, sobre todo en Raihe:

 

"Has de extraer los dientes a una virgen, y remojarlos una noche en la sangre de un amerno joven recién desollado. Con la primera luz, dejar caer el recipiente al suelo. La dirección en que se encuentren la mayoría de dientes será la de la tierra que buscas".

Por otro lado encontró cierto contenido poético en las leyendas que inevitablemente le referían:

 

"Darmud y Aldibal, encargados de preservar el conocimiento de las miradas necias; consentirán en iluminar a aquel que sepa hablarles, y le mostrarán la Tierra Escondida".

 

Pero la frase que más recordaba ahora Leb la debía a su padre, el cual la había dicho en son de burla, cuando lo veía estudiando:

 

"Aprendes tantas cosas para buscar la sabiduría, que me pregunto si te hará falta cuando la halles".

 

Y ahora Leb se hacía viejo, había aprendido tanto, conocía tanto el archipiélago, que algunos inclusive le llamaban El Sabio Errante. Pero a cambio, había perdido todo: su posición, su familia, su vida, hasta su nombre; todo por el sueño del conocimiento mayúsculo que se dibujaba en una isla fantasmal: Era Rimdal.

 

Rumiaba de esta manera los recuerdos de su vida, cuando lo alertó el alboroto:

 

-¡Sabio, por favor, venga rápido! ¡Alguien va a morir!

 

(09-01-1998)

 

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