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Preludio al Encuentro

 

por Miguel Ángel González

 

Tlamock observaba a su aprendiz realizando el inventario final. Había hecho un buen trabajo catalogando las reliquias, y parecía tener el mismo cuidado ahora. Era meticuloso, y no le tomaría demasiado tiempo volverse un perfeccionista, pero no se mostraba muy entusiasmado aún por las labores menos glamorosas de un Mago. El viejo no podía menos que mostrarse complacido por tal actitud; si perseveraba, le ayudaría a evitar convertirse en otro de los cientos de Magos que seguían su "vocación" ocupando una posición en el templo y cuidando de que nadie, incluyéndolo a él, realizara las investigaciones que le correspondían.

 

El joven ya se había calmado después de su primera impresión ante los hallazgos recientes. Las primeras semanas había estado eufórico, y no era para menos, siendo su primer Salón Rojo. Pero el viejo ya había visto unos cuantos, y aunque estaba deleitado por encontrar uno nuevo, no había artefactos que le fueran extraños en aquella recámara. Pero ahora Nackenor había aprendido a controlar su entusiasmo, para bien o para mal, y era Tlamock el que se encontraba en dificultades para no mostrarse ante su discípulo como un niño en las fiestas sagradas. Mientras le dió plena libertad a Nackenor para que estudiara los artefactos que encontró en el Salón Rojo, Tlamock dedicó más tiempo a explorar la nueva región de la Ciudad Antigua que habían descubierto. La decisión probó ser beneficiosa para ambos, reforzando la vocación del muchacho y permitiéndole a él estudiar los nuevos túneles sin exponer su torpeza ante su discípulo. ¡Era increíble que hubiera ignorado esta zona durante tanto tiempo! ¡En el último mes había descubierto más Salas Rojas que en toda su vida, y encontraba artefactos nuevos a cada momento! Estaba seguro de que se trataba del corazón de la Ciudad, aislada del perímetro por túneles desérticos, quizás por razones de defensa. Pero no podía decirle nada aún a Nackenor, no todavía. En realidad su ego era el problema menos relevante, aunque no podía evitar tenerlo en cuenta. Si exploraba las nuevas zonas con su discípulo, arriesgaría los artefactos en manos de un joven inexperto y naturalmente eufórico, que además había tenido recientemente una crisis emocional. En cambio, el trabajo que estaba llevando a cabo Nackenor estaba adiestrándolo más rápido de lo que pudiera haber imaginado. Aún mas importante, trabajando por su cuenta en objetos que, por conocidos que fueran para su Maestro, eran un misterio para él, le permitían identificarse como Mago. Ya no era un muchacho de granja siguiendo a un viejo extraño... era un Mago, estudiando los secretos de los Antiguos y tomando la responsabilidad implícita en ello. Tlamock estaba seguro que no se repetiría otro episodio como el que los llevó a ese lugar... y sin embargo, no podía menos que agradecer al destino y a los Señores Antiguos aquel accidente.

 

Decidió explorar un hallazgo reciente y dejar a Nackenor solo. Este se limitó a fingir que no notó su salida, aunque no pudo evitar girar la cabeza ligeramente en su dirección. Obviamente se preguntaba que hacía su Maestro mientras él trabajaba en aquella cámara, pero no se atrevía a preguntar. Probablemente creía que estaba enojado con él, después de su huída. Era mejor dejarlo pensar así, por ahora, y esperar a que estuviera mejor preparado para comenzar las verdaderas investigaciones.

 

El Señor de Kutal estaba harto de la espera. El muchacho ya debería estar aquí, y usualmente era puntual en extremo. Le preocupaba su ausencia... no era que dudara de él, no todavía. Pero había una característica en el chico que aún no comprendía. Conocía toda su vida, hasta el más mínimo acontecimiento dentro de lo posible para un observador. Comprendía a su súbdito mejor de lo que él mismo podría imaginar. Pero últimamente su actitud eludía su entendimiento. Era como si existiera un factor...

 

Había llegado. Aín no entraba al recinto, pero era obvio que ya estaba en la fortaleza. De inmediato un mensajero le informó oficialmente, según el ritual, y el Señor accedió a recibirlo después de hacerlo esperar unos minutos.

Decidió no mostrarse demasiado impaciente, ni exponer su irritación ante el retraso. Cuando llegó y pudo verle a los ojos todo quedó claro para él. Era de esperarse, si el Señor hubiera aceptado ya las nuevas "cualidades" que detectaba en aquel asesino. El muchacho se había negado a abandonar su misión hasta haberla completado, a pesar de las exigencias de su Señor de acudir de inmediato, abandonando toda actividad. Era dedicado hasta la necedad, y había algo más que miedo, astucia y cinismo en su devoción.

 

Era un problema que podría ser útil si era bien administrado, pero hasta ahora sólo habia causado problemas. La culpa era del Señor de Kutal, debía admitirlo. Por alguna razón se negaba a aceptar el nuevo factor hasta no entender de que se trataba. Esta debilidad propia era algo que debía estudiar, y resolver, de inmediato. No podía permitirse caprichos como ese en estos momentos. La hora se acercaba y la impaciencia solía empeorar cualquier error en los momentos críticos. Ignorar voluntariamente un factor y perder el control sobre ese elemento era un error que no se podría perdonar...

 

-Está muerto, mi Señor.

 

-Eso no es importante. Te ordené que volvieras antes de completar la misión.

 

-De haber querido que la misión se abortara, lo habrías ordenado así, Gran Señor.

 

Era cierto. El muchacho sabía perfectamente que el Señor quería que eliminara el problema. ¿Podría ser mera ambición? No, el muchacho era ambicioso, muy ambicioso, pero eso estaba dentro de sus cálculos. Había algo más...

 

-Lo importante ahora es el tiempo. Has perdido tiempo valioso al retrasarte. No toleraré esa actitud otra vez. Yo decido las prioridades, has de seguir mis órdenes al pie de la letra.

 

-Así será, Gran Señor.

 

No se habia disculpado. Y obviamente no lo haría, a menos que se le indicara "sutilmente" que lo hiciera. Pero eso sería una muestra de debilidad psicológica de parte del Señor. Era mejor así, el chico insolente sabía que, a pesar de los riesgos, le estaba indicando al Señor que asumía la responsabilidad de su acción, pero no se arrepentía.

-Quiero que te infiltres más allá de las naciones del Oeste. Irás a las fronteras de la costa Doblert, necesito que lleves a cabo una misión de importancia.

 

-Es un viaje largo, Mi Señor. El otro lado del territorio Doblert queda a varias semanas en montura, y si no supongo mal debo ser demasiado cuidadoso para viajar en bestias.

 

-Asi es. El viaje será largo, la frontera está alejada. Pero mis brazos llegan más lejos de lo que la vista de un Doblert se ha posado.

 

La sonrisa del muchacho no pudo disfrazar su evidente agitación ante tan sutil advertencia. Estaba seguro de que no desertaría, pero era mejor recordarle los riesgos.

 

-¿Y cual es mi misión, Señor?

 

-El viejo Doblert de quien hemos hablado. Quiero que lo traigas aquí. Tengo planes para él.

 

-Así lo haré mi Señor...

 

-Un par de cosas más. No irás solo.

 

-Pero...

 

-Se que no es lo acostumbrado, pero es necesario. No es conveniente subestimar a un Mago. Llevarás diez de mis hombres contigo... hará el viaje más lento y difícil, pero aprenderás a apreciar las ventajas de la fuerza.

 

-Si me permite decirlo, Señor... prefiero el silencio y la sorpresa.

 

-Pero esta vez no sera así.

 

-Como desees, Gran Señor.

 

Se levantó para marcharse, después de despedirse en la forma acostumbrada. El Señor abrió el camino, pero le bloqueó la salida en el último momento.

 

-MUCHACHO...

 

El asesino estaba pálido y tembloroso. Era audaz y había cometido muchos atrevimientos que, generalmente, le habían dado buenos resultados. Pero aunque sabía muy bien los peligros que corría, había ignorado hasta entonces los rumores sobre la susceptibilidad del Señor. Desde el comienzo se había encontrado en su favor, y a pesar del terror confiaba en su supervivencia, pero esta vez estaba paralizado. Por un momento, estaba convencido que el Señor, harto de su presencia, había decidido eliminarlo de una vez por todas. Su respiración se detuvo, y sintió como si su corazón hubiera dejado de latir. Una sensación helada corría por su cuerpo, y sus músculos no respondían, aunque no parecían tener problemas para temblar. Era la primera vez que escuchaba una voz así, y no podía calificarla como algo mortal.

 

-... lo quiero vivo, e intacto. Y con él traerás todo lo que tenga en su poder. Tienes suficientes hombres. No dejarás rastro de su desaparición, pero debes traer absolutamente todas sus posesiones. Si el viejo no llega a mi presencia completamente sano, te aseguro que no será agradable. SAL.

 

El chico salió lentamente, haciendo un esfuerzo impresionante por no huir aterrorizado. Ahora comprendía el nuevo factor, y había tenido tiempo de tomar las precauciones necesarias... o al menos eso esperaba.

 

(02-02-1997)

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